Hola, compañeros relojeriles,
Llevo un tiempo pensando en contaros la historia de mi relación con mi Apocalipse. Aunque ya no escribo como antes -que parecía un juglar- el otro día me puse a darle a la pantalla del móvil y ha salido esto. Me apetecía compartirlo con vosotros, sin más. Aquí va:
Compré el Apocalipse porque me gustaba. Si no, no lo hubiera hecho.
Aunque la peli me pilló de refilón, pensé que ante los precios disparatados por un Williard de aquellos años, ¡qué mejor que pillar uno del Foro!. ¡Todo un RSWC!.
Y me apunté. Y lo pagué. Y llegó el día que lo tuve en la mano. Le saqué unas fotos, le volví a poner los plásticos y lo metí a la caja. Y eso fue todo durante mucho tiempo.
Llegó en un mal momento, porque mi marca favorita es CYMA y acababa de conseguir mi segundo cronómetro mientras trataba de buscar algún relojero con pedigree que me arreglase el que es mi primer CYMA cronómetro. Estaba ocupado y estaba enamoradísimo de mi nueva adquisición cronométrica CYMA. E iban llegando otros que había comprado e iba olvidando cada vez más a ese guerrero. De vez en cuando la pieza salía en alguna conversación con Súper_8, pero andaba con otras cosas y aquel fantástico reloj seguía en su caja y con sus plásticos.
Y llegó otro Ward, y llegó otro y otro…
Hasta que las cosas se complicaron.
Una de mis preocupaciones por entonces era conseguir para el trabajo un reloj que relevase a mi vetusto VOSTOK, que en apenas cinco años había envejecido veinte. Y estaba ciego ante lo que tenía y buscaba un CITIZEN diver para el curro -allí necesito un reloj con bisel giratorio para controlar ciertos ciclos, por decirlo así- o algo parecido, pero no veía lo que tenía a simple vista. Algo parecido a lo que me pasó con mi diver “Ola de Kanagawa”, que ahora es de los que más me pongo. Pero esa es otra historia.
Y mientras estas cosas sucedían y el Apocalipse chupaba banquillo como no se había visto jamás, llegaron los nubarrones que tan poco deseábamos en el trabajo. Primero se acercaron, luego rugieron y finalmente llegó la tormenta: En unos días, la dirección de la empresa donde curro anunció más de cien despidos y nos levantamos en armas convocando una huelga indefinida. Y entre el tumulto de esos días, tuve que pensar y pensar y bajar al arsenal a buscar lo necesario. Y llegó el momento de tomar la decisión:
Necesitaba un reloj duro y fiable, chulo y con bisel giratorio por si necesitaba controlar tiempos y al que no le cogiese cariño por si recibía algún golpe y se escuchimizaba. Lo pensé, lo medité, miré en los foros, en eBay… El momento de comenzar la huelga se acercaba y no daba con la tecla.
Entonces decidí buscar en lo que tenía y me puse a hacer una criba entre algunas piezas no muy queridas en busca de carne de cañón. Además, si salía mal la cosa, no iba a ver con muy buenos ojos al reloj que me acompañaría unos días o unas pocas semanas -la guerra no duraría mucho, ¿le suena a alguien?- en la derrota, así que en la caja de los descartes habría alguno que… Y no lo hubo.
Y entonces abrí su caja. Y enarqué la ceja.
¿Por qué no este?. Leí de nuevo la inscripción trasera que tan bien conocía. DEBE ser este. Y me apresuré a quitarle el armis.
Encontré una correa negra de silicona, una opción muy mejorable pero que le iba como anillo al dedo y continué pensando que aquel reloj estaba hecho para aquella ocasión y que si me lo ponía para acudir a los piquetes, a las manifestaciones y a los enfrentamientos que se sucedieran con los lebreles de negro, -porque venir, iban a venir- debería ser desde el principio hasta el fin. En casa tiempo habría para cambiar de reloj, pero para “la guerra”, debía llevarlo siempre. Y así fue.
Cada jornada que compartíamos, mejor nos llevábamos. Durante los casi ocho meses de huelga (236 días), me acompañó en todo: Con sol, viento, lluvia, de día y de noche. Con calma y con los perros de negro atacándonos con todo.
Cuando la guerra terminó y nos dispusimos a retomar la producción, decidí que nada de buscar un reloj para trabajar. Decidí que llevaría el Apocalipse hasta el fin. Y por fin, me refiero hasta que cuelgue las botas.
Este no será una decepción como el pobre Titán o el Vostok que usé durante unos años en los que dieron tantos problemas. Desde aquel día de febrero de 2021 hasta hoy, el Apocalipse ha recibido palos de todos los tipos y calibres: Del polipasto de una grúa, de unas barras macizas, de unas cadenas, proyecciones de acero, de hidráulico, toda clase de suciedades que luego se desprenden en la ducha… Y ahí sigue, haciendo como que no se entera de todo el castigo que recibe. El bisel no solamente sigue en su sitio y funcionando al 100%, sino que a pesar de los pesares, no tiene ni un rasguño -que vendrán, que no digo que no, aunque tampoco se les espera- el jodío.
La caja siquiera presenta “pelillos”. No me he puesto a mirarlo con detenimiento, pero se podría decir que el reloj está, tras estos casi dos años de duro padecer, en condiciones de ponerle los plásticos y venderlo como nuevo. Lo aguanta TODO.
Al monte y a otros menesteres también lo llevo, a pesar de contar con un Certina que también es un Mihura, pero es que el Apocalipse es el Apocalipse.
Y esa es la historia que os quería contar.
Espero que os haya gustado o al menos interesado algo. La historia de mi compañero de curro desde hace algo más de un año y de gozos y desdichas desde hace casi dos. Y lo que le queda…
A continuación, una foto del susodicho con unos manchurrones de masa que le quitaré en la ducha con una “cuchara” con 65.000 kilos de acero especial al baño María, a unos 1.600 grados de nada.
Bienvenidos al infierno. Bienvenidos al Apocalipsis.